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El mundo líquido… desde mis zapatos

Archivo para la etiqueta “obsolescencia programada”

Comprar, beber, tirar, comprar, guardar, beber…

Ayer vi por Internet el documental emitido en Televisión Española «Comprar, tirar, comprar», gracias a la información que a lo largo del día fluye por la red social Facebook. Un amigo colgó el enlace y...

Este documental reflexiona sobre la sociedad de consumo y profundiza en lo rápido que sustituimos un bien por otro y habla del concepto de «obsolescencia programada»… ¿ein? el término se refiere a cómo los bienes de consumo tienen una vida planificada de meses o años tras la cual dejan de funcionar para incitar a un consumo rápido, bajo la falsa creencia de que consumo es igual a crecimiento económico y descuidando la realidad de que el planeta tiene recursos limitados que no pueden hacer frente a una demanda ilimitada.

Pues bien, una vez soltado este rollo, me llamó la atención un comentario publicado en Facebook por una joven promesa del vino español, Adriana Ochoa, que hace vinos en su bodega de Navarra junto a su padre, Javier Ochoa. Literalmente, y refiriéndose al documental, escribía:

«Qué vergüenza!!!! y yo haciendo que los vinos duren más…»

Adriana expresó así una idea que está muy presente en el mundo del vino pero también tiene que ver con el consumo y la obsolescencia programada, en este caso, de los vinos.

Casi todas las bodegas de este país, cuando se trata de hacer vinos que les den prestigio, hacen vinos de sus mejores tierras, con sus mejores uvas, más mimados en su elaboración y criados en sus mejores maderas, poniendo el máximo cuidado. Después los sacan al mercado cuando consideran que están listos para consumir o guardar. Y ahí entra el sueño de los enólogos: hacer vinos para guardar, que se puedan descorchar diez años más tarde (¡!) o incluso más (si observamos algunas subastas de vinos míticos vemos añadas antiquísimas que aún tienen valor económico y, en muchas ocasiones, siguen siendo vinos bebibles). Hacen vinos con vocación de inmortalidad, que tienen fecha de caducidad, pero está muuuuuuy lejos en el tiempo. Esto requiere una maestría absoluta en bodega y una calidad excepcional en la materia prima, además de algo que suele jugar en contra de lo rentable: tiempo; por eso esos vinos tienen tanto valor en términos de prestigio y, aunque son más caros, en ocasiones no cuestan lo que valen.

Petrus es una de las bodegas francesas de las que aún se subastan vinos de los años 40

Petrus es una de las bodegas francesas de las que aún se subastan vinos de los años 40

 

Cuando he preguntado a Adriana sobre este asunto, me ha contestado que los vinos longevos necesitan una buena estructura para aguantar (un buen esqueleto, estar elaborados a conciencia) pero añade que estos mismos vinos deben estar listos para beberse al poco de estar en las estanterías. Añade que cree que es una «pena que haya vinos que se beben demasiado jóvenes por modas», y que ella hace lo posible por «elaborar el mejor vino de las mejores uvas, moderno y elegante», aunque tiene en cuenta la experiencia de su padre, el enólogo Javier Ochoa, a la hora de pensar en la vida de los vinos. Es decir, por un lado las ganas de descorchar la última añada en el mercado chafan las expectativas que se pueden tener con esos vinos, y por otro cuesta mucho comprar un vino hoy pensando en beberlo dentro de quince o veinte años.

Estos vinos son deliciosos, asombrosos, magníficos, irrepetibles, pero… no son para todo el mundo, no todos podemos guardarlos en óptimas condiciones todos esos años y no a todos los consumidores les interesan unos vinos tan complejos y viejos. Muchas veces se prefiere la sencillez, la juventud del vino y esos colores tan vivos y tan bonitos para la vista. Muchas veces preferimos vinos cuya salida al mercado también tiene, inevitablemente, una obsolescencia programada, que puede alargarse unos años, pero nunca buscan la inmortalidad de sus hermanos longevos. Y casualmente, es gracias a ellos y a su consumo rápido como las bodegas pueden permitirse hacer lo que se llama un «gran vino».

Vinos como el beaujolais francés tienen una duración menor de un año, los rosados (como el estupendo Rosado de Lágrima de Adriana y su padre) en su mayoría han de consumirse, salvo excepciones (Chivite sacó hace no mucho al mercado el Gran Feudo Sobre Lías y anuncia en su etiqueta que se puede consumir pasados un par de años al menos), como mucho hasta el verano- otoño del año siguiente a su cosecha, los blancos jóvenes también duran hasta que están disponibles los de la siguiente añada, los tintos jóvenes duran poco más… son obsoletos de forma programada y eso es lo que nos hace tener interés por ellos, inquietud por saber qué deparará la nueva añada… en el vino este concepto no lleva aparejada esa aura consumista radical que sí acompaña a otros productos de consumo. Son, como me cuenta Andrea que ha oído decir en Francia, «vins plaisir», de los que no se espera longevidad sino placer inmediato.

Pero rizando el rizo, propongo un acto de rebeldía a modo de ese protagonista del documental que se niega a tirar su impresora solo porque falla una pieza: probemos vinos pensados para consumir pronto cuando haya transcurrido algo más del tiempo programado para su consumo y seguro que encontramos alguna agradable sorpresa, como ya pasa con algunos blancos de godello gallegos, vinos de verdejo de Rueda y tintos de Rioja, por poner solo algunos ejemplos. Puede ser un divertido ejercicio de cata «outlet» en el que, con suerte, aprendemos algo. Y además, contribuimos al consumo de vino, que falta le hace a este país.

Ahora, si os sobran 52 minutos y os apetece un poquito de reflexión anticonsumista, aquí dejo el documental, solamente on line dos semanas después de su emisión (9 de enero de 2011).

Comprar, tirar, comprar

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