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El mundo líquido… desde mis zapatos

Mariano García, el hombre del Duero

Hoy, lunes, un post de entretenimiento hasta que vuelva con nuevas preguntas y cuestiones que me han llamado la atención sobre el vino en estos días. Se trata de un fragmento más de mis Vinosaurios, reportaje de perfiles publicado en PlanetAVino, la revista que dirige Andrés Proensa. En esta ocasión es Mariano García el protagonista. Que lo disfrutéis.



Con las décadas que lleva este enólogo vallisoletano en el mundo del vino y después de haber demostrado que, allá donde lo hace, lo hace bien, se puede decir de él que ahora hace lo que quiere.

Su historia enológica comienza en el año 68, cuando comenzó sus estudios de enología en Madrid, y ya recuerda que entonces empezaba a desviarse de la media. “Quizá fuéramos malos estudiantes, pero éramos más creativos”, apunta cuando tiene la imagen de una época en la que no existía la misma cultura del vino, había muchas cooperativas y no se tenía en cuenta el terruño o la personalidad de los vinos: “estábamos en pañales”, describe Mariano García. Recuerda que, ya entonces, “había enólogos de bata, de laboratorio, y luego estábamos nosotros, interesados en la viña, que viajábamos, que teníamos otra perspectiva distinta”. Esa perspectiva fue la de intentar sacar el máximo jugo a la tierra, a las uvas, y logar vinos que expresaran de dónde venían.

Vega Sicilia, el paso obligado

En los 70, ese estudiante rebelde que, por coincidencias de la vida (su padre, Mauro, se encargaba de la finca en los años 40), había nacido en Vega Sicilia, vuelve a la que era ya una leyenda entre las bodegas españolas. Mariano resume la posición de la bodega mítica en una frase lapidaria: “había vinos, y había Vega Sicilia”.

Sus comienzos allí partieron por elaborar vinos dentro de una bodega consagrada, que ya mantenía un prestigio y una tradición vinícola. Confiesa que fue una suerte trabajar ahí, y que en los treinta años que pasó como enólogo de Vega Sicilia fue introduciendo cambios “de forma paulatina, nunca rompedores” para no “salirse del estilo personal de un gran vino como Vega Sicilia”.

Allí vivió momentos históricos de la bodega, como su expansión internacional y el nacimiento de el vino Alión, de la cosecha ‘91 que salió a la luz en 1995 con enorme expectación. Era un concepto radicalmente distinto al de su hermana mayor, un vino donde predominara más la fruta y con menos crianza. Hasta que, tras casi treinta años, se “divorció” de Vega Sicilia y se centró en proyectos propios al completo.

Mauro, Maurodós, el futuro…

Siempre inquieto y con un concepto visionario del vino, Mariano había visto, ya en 1978, unas viñas en Tudela de Duero de las que se enamoró y se hizo con ellas casi como un regalo de un viticultor que no quería seguir trabajándolas y pretendía arrancarlas. Entonces fue cuando, en una pequeña bodega en la localidad castellana, Mariano pudo ver un sueño cumplido, “hacer el vino que yo quería”.

Poco después se pone en marcha la DO Ribera del Duero y Mariano apuesta fuerte por sus viñas, que quedan fuera del territorio amparado, por lo que los vinos de Mauro (así se llama la bodega, en homenaje a su padre) salen al mercado como “vinos de mesa” (hoy, Vinos de la Tierra de Castilla y León). Lo que entonces pudo parecer una osadía ha dado la razón a este enólogo, para quien lo primordial es “el valor de la marca”, y que considera que “la marca es más importante que sacar todo el tiempo nombres de los que luego nadie se acuerda”.

Mauro, que comienza elaborando pocos miles de botellas en 1978, se ve respaldado por el éxito entre los consumidores, y Mariano García ve la oportunidad de construir una bodega, la que hoy es su sede, dentro de la localidad de Tudela de Duero. “El vino gusta, funciona en exportación y el mercado lo acepta…” cuenta el enólogo, que en los ochenta comienza a expandir Mauro comprando viñas. “En 1998 ya tenemos un mayor volumen” y se incorporan sus hijos, Alberto y Eduardo, por lo que toma “una dimensión diferente”. Y llega el siguiente paso: Maurodós.

Pionero y seguro de cada paso que da, Mariano cree que “si hay vinos con raíces y excelencia en este país, esos son los vinos de Toro y de Priorato”, asegura. Y Toro es, para este hombre enamorado de la Tempranillo, un tesoro que en los 90 seguía sin explotarse: “entonces no se hacían buenos vinos, a excepción de Fariña que estaba manteniendo los tintos de la zona, y yo vi allí un potencial enorme”. Técnicamente, y dado que Manuel Fariña pertenece desde sus orígenes a Toro, Mariano es el primero en desembarcar en lo que ahora ya es una región vinícola de prestigio consolidado, pero que entonces costaba creerse: “Toro es una zona agradecida donde, si se hace una viticultura cuidadosa, resultan vinos rotundos, contundentes, que envejecen a la perfección” comenta García.

Como se considera “un hombre del Duero”, a Mariano le gustan los terruños toresanos.

Aunque lo que realmente le encanta es la Tempranillo, una variedad “de grandes vinos, que no destaca por nada, pero que lo tiene todo”. Considera, echando la vista atrás, que ha sabido extraer el máximo partido de esta uva española, a la que ha aportado personalidad. Respecto a las variedades importadas, señala que sí están bien “cuando en las regiones no existen variedades interesantes, pero si las autóctonas dan buenos resultados, hay que apostar por ellas”.

A pesar de su éxito indiscutible, Mariano conserva la prudencia cuando habla de sí mismo, y antes de emprender nuevos proyectos (no solo está involucrado en los “Mauros”, también elabora Aalto junto a Javier Zaccagnini y Paixar con sus hijos y la familia Luna en Bierzo y es propietario, junto a sus hijos, de parte de Leda Viñas Viejas, con sede también en Tudela de Duero), prefiere consolidar los que ya tiene, aunque sí se plantea haber trabajado en otras zonas antes de lo que lo ha hecho.

Con un espíritu tremendamente joven y una mirada en la que brilla fuerte la inquietud, recapitula y afirma que “esto me encanta, porque si a estas alturas tengo que hacer vino por obligación, sería tonto”, y añade que “ahora hago lo que quiero”. Y lo que quiere es “vivir lo mejor posible” disfrutando de otra de sus pasiones, la gastronomía, y haciendo deporte, viajando y siendo el embajador de sus vinos.

Ahora el gran peso de las bodegas está en manos de sus hijos, Alberto y Eduardo, con quien se compenetra muy bien porque “dejo que actúen y que se equivoquen; ellos son aire fresco”.

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