RaqueLíquida

El mundo líquido… desde mis zapatos

«Tú echa, echa, que no conduzco yo…»

Eventualmente, esta semana me toca estar cerca de los líquidos como camarera, ayudando a mis padres en su bar durante las fiestas. Son solo unas pocas horas, pero suficientes para ver cómo hay bebedores que no tienen ni idea de beber, de disfrutar de la bebida, ni siquiera de pe dir una copa. Son todo lo contrario a lo que yo pienso de las bebidas alcohólicas.

Son muchos (muchos, no todos, afortunadamente) los que estos días llegan con su billete de cinco euros a la barra y piden una copa en vaso de plástico para salir a la plaza a bailar y saltar con sus amigos. Hasta ahí fenomenal, porque en las fiestas de los pueblos es lo que casi todo el mundo hace.

Lo malo, lo que yo cada vez que me pongo tras la barra no puedo entender ni compartir, es aquel o aquella que llega y pide una copa «pero tú echa sin miedo», indicándote, que por ese módico precio, tú le pongas alcohol sin medida para que la borrachera le salga lo más barata posible. Eso es lo que yo no entiendo.

Pues eso, que se pierde la nitidez de ideas

Primero, no comprendo por qué algunos se empeñan en pedir un combinado que solamente disfrace con un poco del azúcar del refresco su contenido alcohólico, quizá con la intención de engañarse a sí mismos. Vamos a ver, si lo que quieres es que el alcohol te afecte, pídete una copa doble, ¿no? Ah, claro, que hay que pagarla y… eso ya no mola tanto.

Segundo, me asombran (me siguen asombrando después de años) aquellos que se creen que los que están tras la barra están ahí por puro placer. Y por eso te piden el vaso hasta arriba de alcohol. Hasta donde yo llego, la profesión de camarero, o el oficio, o como usted quiera, es eso, un modo de ganarse la vida tan digno como cualquier otro. Te puede gustar más o menos y tu dedicación es con el cliente, pero oiga, que yo aquí me levanto y aguanto horas de pie con la intención de obtener un beneficio económico, no por amor al arte. Por amor al arte me pongo ante el Guernica en el Reina Sofía, pero no tras una barra de bar en las fiestas de un pueblo a las tres de la mañana.

Por eso tampoco puedo entender (¿lo hacen para probar y si cuela, cuela?) a los que, ignorando que con el alcohol lo mejor es disfrutarlo con medida (¡con medida, siempre!) te piden sin miedo, ni vergüenza alguna, que por esos cinco eurillos les eches hasta arriba el vaso de alcohol. No solo me están diciendo que no quieren disfrutar de su copa, sino emborracharse, dejar de divertirse con los cinco sentidos, y encima, no saborear un combinado sencillo (destilado+refresco+hielo+ limón en cada caso) y meter cuanto más alcohol por menos euros, mejor.

Y no es solo una cuestión de dinero, como ya he dicho, es que yo, que me he criado en un bar, no puedo compartir con esta gente (ya digo que son unos cuantos, no todos, por fortuna) el afán de beber por beber, porque si algo me encanta de mi profesión es que me creo (ME LO CREO DE VERDAD) que con el alcohol, con el vino, con un cóctel, con un combinado o con una cerveza, lo importante es disfrutarlo, conscientemente, con los cinco sentidos, y no merece la pena seguir bebiendo cuando ya has perdido ese norte. No comparto, ni creo que lo haga nunca, el «tú echa sin miedo, que no conduzco» y similares al camarero de turno. Para mí eso no es beber, es todo, menos beber. Aunque sea en un bar de pueblo perdido en plenas fiestas y desfase etílico.

Por cierto, para todos los demás, los que se ríen con una copa bien puesta y equilibrada, felices fiestas del Cristo de la Agonía (en Robledo de Chavela, hasta ahí voy a escribir).

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