RaqueLíquida

El mundo líquido… desde mis zapatos

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De paseo por el Londres vinícola

Hace un montón que no aparezco por el blog, últimamente mi cantidad de trabajo (¡bien!) me impide pasarme por aquí para contar algo interesante, que esa, pese a no lograrlo siempre, ha sido mi intención. Pero poco a poco iré recuperando la coherencia y el blog, espero, volverá a cobrar vida, con otro tipo de contenidos aunque seguiré siendo yo. Quiero dar una vuelta a la forma de contar las cosas desde aquí y hacer el vino (y otros líquidos) mucho más atractivos para más gente, sin más. Y eso, no voy a negarlo, me está dando verdaderos quebraderos de cabeza para encontrar una fórmula con posibilidades de éxito.

Mientras tanto, me apetece contaros, si no habéis leído un reportaje publicado en la revista Sobremesa de enero, que me planeé un ansiado viaje a Londres, una ciudad que no conocía y a la que me moría por ir. No me decepcionó, aunque mi planteamiento de vacaciones TOTALES hubo de convertirse también en un asunto profesional, para poder, de algún modo, «subvencionarlo». Así que, con ayuda de super Maite, la amiga experta en vino con la que fui, descubrí un universo que me deslumbró, entre mercadillos, Parlamento y tiendas vintage, un universo vinícola, gourmet, de ocio que literalmente me flipó: allí se vive fuera de casa, y el estilo de vida en la calle se cuida hasta el extremo. Recorrimos tiendas de vinos grandes y pequeñas, Vinopolis, un mega universo donde me encontré gente joven alucinando con el vino por copas, Borough Market, una forma de entender el mercado como solo un londinense sabe hacerlo; bares como Terroirs, Capote y Toros (un sherry bar con la carta de jereces más increíble que he visto, obra del ¡riojano! Abel Lusa, un auténtico genio en lo de vender el sabor español en la City) o el excéntrico, y nuevo para mí, The Green Man and the French Horn, el primer bar de vinos naturales que visité en mi vida (sí, fue hace apenas cuatro meses, no más) y donde me enfrenté a otra carta de vinos, esta vez del Loira y con una uva llamada gamay, que no he visto en ningún bar de vinos en España, y mira que soy de mirar cartas. Pero confío en que todo se andará, aunque no sé cuándo.

Torre del parlamento- Londres. Raqueliquida

Eso y más lo cuento en el reportaje, que, si queréis, os invito a echar un vistazo, y si os parece, podemos conversar por aquí, si queréis alguna idea o que os haga algún comentario sobre lo que vi, viví y bebí (y comí, que en London también se come) por allí.

Vinos que me llamaron la atención en Laithwaithe's

Ale, ¡hasta pronto!

Vacas Sagradas

Sí, queridos. En el mundillo del vino y otros líquidos existen también. Y tras leer un artículo en una página de coaching, no he podido menos que escribir este post. Porque sorprendentemente, esas vacas de las que habla el artículo y las que campan a sus anchas por el mundo donde yo me muevo (y del que trato de comer), tienen mucho en común con las que describe. Disculpad si hoy estoy un poco protestona, debo de tener un día hoja o raíz.

No hace mucho que hablamos en un pequeño círculo de que había muchas de esas vacas sagradas en el vino y los destilados, a propósito de que una querida compañera me presentó a un desconocido como “savia nueva” o algo similar en el periodismo líquido (llevo nueve años escribiendo sobre alcoholes y viandas varias). Curioso, porque entre esa savia nueva y esas vaquitas en busca de pastos que arrasar, hay bastante distancia. Estas, lejos de enseñar y dejar un legado útil a las generaciones con las que conviven y llamadas a heredarlo, se dedican a copar cuanto pueden con artificios no del todo claros. Que conste que no estoy hablando de muchos compañeros (enólogos, bodegueros y plumillas) con los que comparto y de los que aprendo, sino de una casta bien distinta: esas vacas que te dicen cuando llegas que hay que respetar porque “son los que saben”. Aunque ni sepan, ni estén dispuestos a aprender. ¿Para qué? Así les ha funcionado hasta ahora y tienen “amigos” que les bailan el agua.

Algo, la verdad, es que sí que saben. Saben “latín”, y se les reconoce porque, a diferencia de aquellos que realmente son maestros para esa savia nueva, porque enseñan, comparten y hasta te miran a los ojos de tú a tú, estos suelen estar adornados de brillantes nombres como “Directora general de”, “Presidente de…” y uno de mis favoritos, “Presidente/a de honor de tal y pascual”. Y desde su aparente cargo honorífico en alguna asociación sin ánimo de lucro, su ánimo es precisamente el contrario, sin importarles (para qué) su “efecto atila”, maleador, esa hierba quemada y maltrecha que dejan tras de sí. Sin embargo, esa aureola de divinidad las hace prácticamente intocables, y hasta quienes dudan de ellas parecen adorarlas, como quien veía en la desnudez del emperador un suntuoso traje regio.

Pero no. Hay que deshacerse de esas vacas sagradas y bajarlas del pedestal, porque impiden avanzar con aquello de “esto siempre se ha hecho así”. Como dice el artículo de coaching, “Todo esto no es más que lastre que te impide abrir las puertas a nuevas posibilidades y a un mayor desarrollo. Así que tómate tu tiempo para descubrir a qué te estás resistiendo, cuál o cuales son tus vacas sagradas. Y piensa qué precio estás pagando por mantenerlas allí y qué sería diferente si no estuvieran.”

Esta vaquita para mí es sagrada, pero solo esta...

Esta vaquita para mí es sagrada, pero solo esta…

Ahí lo dejo, me voy a beber un vino, que es viernes.

La terrible (o no tanto) mudanza líquida, ¡bendito destockaje!

Hoy de nuevo quiero pedir disculpas por no haber aparecido por aquí la semana pasada, pero una mudanza que ahora me ha dado independencia, entonces me arrebató la mayor parte del tiempo y los nervios. Pero como de todo se aprende, hoy quiero compartir mi armario líquido con vosotros, una vez lo tengo, más o menos, ordenado.

La semana pasada me cambié de casa, sí, y una de mis mayores preocupaciones fue qué haría con los vinos y destilados que me acompañan (y a los que adoro, porque todos me enseñan algo) en mis andanzas, mis textos y mis momentos de deleite (sobre todo eso). Porque a lo largo de los años que llevo en el mundo vinícola y de los espirituosos (palabra que uso muy poco por aquí porque me suena un pelín rancia), he atesorado, y sigo atesorando, una nada desdeñable cantidad de líquidos, vinos, rones, ginebras, vodkas, cognacs, whiskies, licores varios… que he catado y que utilizo en mis reportajes y experiencias. Son tantos que no me había dado cuenta hasta que llegó el momento de trasladarlos. Porque una, que es una obrera monda y lironda, no puede darse el lujo de tenerlos en una cava privada, pero tampoco quería que mis líquidos corrieran el riesgo de derramarse en las manos de los obreros mudanceros, con mi consiguiente disgusto.

¿Qué hice?

Ja, lo primero que se me ocurrió fue una idea que, si estáis en un caso parecido, os recomiendo. Pero para eso os hacen falta amigos bebedores: como tenía que liberarme un poco de tanta botella deliciosa, y como me niego en redondo a que ninguna se pierda sin ser disfrutada (si hay cata previa, nos bebemos el resto con un picoteo o lo que sea, pero en MI casa TODAS las botellas se abren y se prueban), se me ocurrió convocar a amigos y gente buena para un destockaje: vamos, lo que viene siendo una fiesta en casa para abrir y beberse unas cuantas botellas de vino. En este caso, como tenía cierto “sobrestock” de vinos blancos jóvenes, que son los que menos vida tienen, y aprovechando las fechas más que apropiadas para echarse unos blanquitos al gaznate, preparé una veintena de botellas para otros tantos invitados, pensadas para disfrutar a lo largo de unas cuantas horas (no penséis que se trataba de inyectarse alcohol en vena). E hice un trato con los amigos: yo pongo el vino y las patatuelas fritas, y vosotros traéis el picoteo que os apetezca.

Estos son los blanquitos del destockaje, para (casi) todos los gustos

Estos son los blanquitos del destockaje, para (casi) todos los gustos

Así lo hicimos, y mis amigos disfrutaron de unos cuantos vinos (todos ellos distintos, desde godellos y albariños hasta verdejos, garnachas blancas, blancos fáciles, alguna sorpresita y algún mencía joven) que de otro modo, en una cena normal, no podrían (muchos de ellos beben vino, pero sobre todo en cenas fuera de casa o por copas en tabernas). Claro, que yo creo que fui la que más disfrutó teniendo lo que más me gusta conmigo: mis líquidos y mis amigos.

... Y estos los tintos por si había algún disidente antiblancos (y como background porsilasmoscas)

… Y estos los tintos por si había algún disidente antiblancos (y como background porsilasmoscas)

Pero…

Después, como dicen en mi pueblo, “llegó Paco con la rebaja” y tocó trasladar los vinos y destilados que sobrevivieron al destockaje. Vamos, unos cuantos. Pero gracias a la inestimable ayuda del liquidófilo que anda detrás de Disfrutarelvino, uno de los grandes interesados en que los vinos llegaran con buen pie a la nueva casa, la mudanza líquida pudimos completarla con tan solo unos cuantos dolorcillos de espalda y riñones.

Primero tuvimos que conseguir (yo no, él) unas cuantas cajas de vino donde meter esa ingente cantidad de botellas (ingente para una casa normal de una persona, insisto, que seguro que en las casas de los coleccionistas hay más, pero…). Al principio no parecía aquello tan grave, pero aparecieron botellas por todos lados y aunque calculamos cajas para que sobraran… anduvimos justitos, entre vinos, licores y otros inflamables.

Y de las cajas… al coche, que hubo que mover todas las botellas con mucho cuidado para que los vinos (sobre todo los vinos) sufrieran lo menos posible. El camino a la nueva casa lo hicimos pensando que cualquier chispita, por pequeña que fuera, nos haría saltar en pedazos, tan cargados de alcohol íbamos…

El resto es historia, porque después de unas cuantas horas de curro sacando las botellas de las cajas (y preguntándome por qué narices me gusta tanto a mí el mundo líquido, con lo que pesay ocupa, pero es como el saber… o no), mis brebajes están ya ordenaditos en un mueble que parece hecho para ellos, y los vinos han encontrado un huequito donde no sufrirán de una luz muy intensa ni de cambios demasiado bruscos de temperatura, esperando otra vez a los amigos que quieran compartirlos conmigo.

Moralejas:

–          Amigos, bebed cuanto podáis, no desechéis una buena ocasión para descorchar una botella en compañía, que luego llegan las mudanzas y el almacenaje se vuelve un caos.

–          Un destockaje de vez en cuando es la excusa perfecta para reunir amigos e intercambiar opiniones, gustos y preferencias sobre vinos, copas, combinados…

–          Si os mudáis, no está tan mal trasladar vuestra bodega vosotros mismos, sobre todo para hacer músculos en piernas y brazos.

Y a disfrutar de la nueva casa con un brindis, ¿no?

... Da un gustito tener ordenaditos los destilados, mmmm

… Da un gustito tener ordenaditos los destilados, mmmm

Cursito de inglés vinícola para iniciados de la mano de John Cleese

Una vez hecho el cambio de interfaz y mientras continúo en fase “beta” con esta nueva apariencia, me permito insertar la entrada de hoy un documental que he visto esta semana gracias a Twitter y mis amigos líquidos y que recomiendo, entre otras cosas, como una estupenda clase de inglés vinícolas para iniciados. La peli se llama “Wine for the confused” (algo así como “vino para los despistados”).

En poco menos de tres cuartos de hora este actor inglés, parte del genial grupo humorístico Monty Phyton, hace un recorrido muy básico, pero bastante útil, sobre los aspectos esenciales del vino, sobre aquello que hay que conocer de él.

Además lo hace partiendo de una base que me parece esencial, expresada en esta frase: “el único propósito de este maravilloso chisme es proporcionarnos placer”. Si no, pues apagamos y nos vamos a tomar unas limonadas.

Es consciente de que cuando nos ponemos ante un vino, a veces la sensación de estar ante algo desconocido puede ser abrumadora. No sabemos qué decir, por dónde coger la copa y temblamos solo de pensar en meter la punta de la napia y oler para captar… absolutamente nada.

Cleese hace unas pruebas a sus amigos y, como era de esperar, obtiene resultados muy distintos que le llevan a concluir que, para gustos, los vinos: “no dejéis que nadie os diga qué vino debería gustaros”, comenta en varias ocasiones. Además, ironiza con las notas de cata y las puntuaciones de revistas especializadas y sobre los prejuicios como que el vino más caro es el mejor. Se pregunta algo que seguro que muchos nos hemos cuestionado muchas veces sin obtener respuestas claras: “¿Qué vino escojo? ¿Cómo sé si un vino me gusta? ¿Cuánto debería pagar por él?” os suena, ¿verdad?

Cleese invita a sus amigos a probar vinos a ciegas en su jardín (si podéis hacer lo mismo, adelante, porque será una aventura que promete divertida) y les inicia en el vocabulario del vino, con palabras que describen de una forma sencilla y clara las sensaciones que uno ve, huele y degusta en la copa: desde seco a dulce, con frutas rojas, negras, con especias o incluso con sabores desagradables como los del pimiento y los espárragos.

El Monty Phyton recorre varias bodegas del valle de Napa, en California (si habéis visto Entre Copas os sonará este lugar) para aprender un poco más sobre las uvas y cómo se hace el vino, describiendo la fermentación, explicando nociones básicas pero muy útiles sobre elaboración y aprendiendo de los bodegueros y viticultores a qué huele habitualmente un vino procedente de unas y otras uvas. Además, resalta lo importante que es el terreno donde crecen las cepas, el clima y el entorno que rodea a las viñas (que los franceses expresan como “terroir” y que en español tiene una traducción a medio camino entre lo complejo y lo imposible). Pero todo muy sencillo, con un punto irónico… que me gusta oye.


Hay otro momento estelar y es el del vino en el restaurante con un personaje a veces confuso (porque no sabemos muy bien, en ocasiones, para qué sirve realmente): el sumiller. El tipo, si no es un buen profesional, puede tomarnos el pelo y llevarnos hacia su terreno para que pidamos el vino más caro, sin importarle nuestros gustos, o reírse en nuestra cara porque sabemos menos de vino que él (pues claro, porque saber de vino es su trabajo, no el nuestro). Pero el que es un buen sumiller te orienta, no te impone, y te ayuda, no te presiona o entorpece tus elecciones vinícolas. Y si eliges algo que se da de tortas con la comida que vas a tomar, pero es lo que quieres, se calla y te lo sirve.

Una de las últimas incursiones del prota de Un pez llamado Wanda en este documental es su paso por la tienda de vinos: esencial para todo aficionado que se precie, esté o no empezando en el vino. Ahí comenta lo importante que es tener a una persona de confianza en la tienda del barrio para que nos aconseje qué vino comprar para qué ocasión, y nos comente de dónde viene, quién lo hace e incluso nos dé alguna pista para ahorrar unos eurillos si no tenemos un paladar muy formado en torno al vino. Esta parada en la vinoteca me parece un acierto, el contar con tiendas de confianza en nuestro barrio es algo común entre los que hacemos la compra diaria, pues, ¿por qué no con el vino, del que no necesitamos estudiar una enciclopedia si depositamos nuestra fe en el sumiller que nos atienda?

El documental acaba con una cena acompañada de vinos y unos consejos sobre el servicio del vino, que cambia según se tome en una u otra copa… (Asusta, ¿no? un poco, pero para la mayoría de los mortales, unas copitas decentes de una vinoteca o de una tienda para la casa son suficientes para hacernos disfrutar.

Y las conclusiones de Cleese no pueden ser más útiles y sencillas:

1-      No dejes que nadie te imponga qué vinos tienen que gustarte

2-      Trata de aprender las palabras apropiadas para describir qué tipo de vino te gusta (por ejemplo, me gustan los vinos con sabor a fruta negra y especias, redondos y sedosos)

3-      Busca una tienda de vinos cercana donde haya gente en la que confíes y ponte a hablar de vinos con ellos.

4-      El más importante de todos: ¡DISFRUTA!

¡Indignaos!… Si os sirven mal el vino o el cóctel

Estos días he estado preparando un reportaje que saldrá en breve en la revista PlanetAVino (para muy aficionados al vino, que se puede comprar por Internet) y mientras lo hacía y buscaba documentación por La Red he encontrado las razones para escribir el post de hoy: la gente, cuando le sirven mal el vino o le ponen mal un cóctel, no suele protestar. Pues bien, cual sindicato del líquido, desde aquí os convoco: protestad, no os calléis, si el servicio en un bar o restaurante es deficiente.

Puede pasar que a muchos de vosotros no se os ocurra devolver un vino cuando este tiene algún defecto difícil de detectar para un bebedor no entendido. Normal, la duda os inundará y os preguntaréis si, simplemente, el vino elegido es un error. Pero de oler brettanomyces (palabro que cuelo a propósito para asustar) a devolver un vino al que le falta temperatura, por ejemplo, hay un tramo. Y para esto último no hace falta entender mucho de vino, sino simplemente querer que a uno le sirvan como Dios manda.

Vaso de tubo, un invento del infierno

Con el cóctel y los combinados pasa igual, aunque se ve menos. Pero un pecado habitual y que desde aquí reivindico que muera es el del dichoso e imposible vaso de tubo, infame instrumento que no sirve para nada y que, sin embargo, prolifera en un montón de barras de bar. Digo yo, ¿tan difícil es comprar un recipiente distinto? Ahora que está tan de moda el Gin&Tonic por favor, ¡protestad si os lo sirven en horribles tubos en los que, a poco que uno tenga la nariz grande (me encanta en los hombres) el desafortunado usuario ve alejarse su líquido mientras la napia solamente le alcanza hasta el hielo! Para esto, de nuevo, no hace falta entender, sino beber. Y protestad también cuando os sirvan las copas calientes. Lo ideal sería que tanto el destilado como el refresco de turno procedieran de la nevera pero perdonaremos, de momento, que los primeros estén a mano del camarero porque en algunos refrigeradores de bares sencillos «no hay sitio p’a tanta gente”. Pero el refresco, frío, que se agua si no el combinado.

Si se trata de un cóctel, cuidado con dónde lo tomáis porque no es lo mismo un profesional de esto, que tiene un nombre essstupendo, el de Bartender, que un camarero cualquiera que le da al grifo del mojito preparado sobre hielo “pilé” (que me gusta esa palabreja gala, oiga). Si veis que los mojitos son demasiado baratos, haceos a la idea de lo que os van a servir y aceptad que eso es lo que hay por ese precio. Pero si os cobran eso mismo a precio de cóctel de Gotarda, ¡protestad! O dejad de ir al sitio, que es otra solución.

Voy a enumerar algunos motivos de protesta para convocaros a cada uno a indignarse dignamente ante un camarero, mâitre o cualquier otro personal de hostelería que os sirva:

–          El vino está caliente: indignaos porque la temperatura de un vino no es la de la calle en mayo, por más tinto que sea. Y que os lo enfríen con una hielera que mezcle hielos y agua. O que os traigan un refresco, pero ese caldo, de vuelta a casa.

–          El vino huele raro: a humedad, a bayeta o agua sucia, a vino generoso (del que tienen las abuelas para la merienda) siendo un tinto del año… si el vino huele raro, aunque no sepáis identificar exactamente la razón, pedid otro o cambiaos de bar, pero no aceptéis el fraude. Y menos si la copa cuesta un riñón (que cuatro eurazos son cuatro eurazos).

–          La copa de vino… es un vaso: lo siento, pero no. El vino, aunque sea Txacoli, en copa, por favor. SIEMPRE.

–          El precio del vino es como pagar oro: cuidado con esto. Lo ideal si se desconoce el vino es esperar a conocerlo, o mirar otras referencias para contrastar. Más de tres o cuatro euros, pagadlos solo si sabéis con certeza que el vino y el servicio lo merecen.

–          El rosado tiene más años que tú: se sabe porque de rosado solo le queda el nombre y su color es monísimo para una tapicería de sofá. Indignaos.

–          El blanco fue blanco algún día: por lo mismo, lleva ni se sabe en a saber qué estantería. O puede pasar que pidáis un Rueda y os miren como si estuvieran viendo a Michael Jackson.

–          Pedís una Manzanilla y os preguntan: “¿la infusión?”. Fuera de ahí, sin indignarse ni nada. Simplemente HUÍD.

Bueno, estos son algunos de los motivos, pero os invito a participar y comentar más casos en los que no os hayáis quejado, o sí. Porque solo así meteremos caña a esos servicios nefastos que solo perjudican al consumidor… y a su propio sector. Indignaos ante ellos y protestad, que ahora es tiempo de cabreos y el ambiente propicio.

Este blanco, por ejemplo, está estupendamente servido. Y bien pagado, también sea dicho.

Este blanco, por ejemplo, está estupendamente servido. Y bien pagado, también sea dicho.

Fui a Enofusión y…

Como anuncié y como habréis adivinado por el aperitivo en forma de vídeo poesía gracias al gracejo del súper Antonio Flores, fui a Enofusión. Y no pienso relatar aquí la crónica del encuentro, que para eso ya está Proensa.com, donde he contado todo todo y todo, pero sí me gustaría detenerme brevemente en algunos detallitos, a ver qué os parecen.

Esas catas tan, tan…

Las estrellas de Enofusión, que es un evento pensado para profesionales o muy muy aficionados y sabihondos del vino, son las catas que se suceden mañana y tarde. Para mí son una oportunidad de conocer vinos nuevos y también de recordar vinos que ya conozco y que, en ocasiones, me suponen auténticas sorpresas (siempre digo que el vino te da constantemente curas de humildad, lo cual es algo que no deja de darme cierto gustillo).
Por este Enofusión han pasado desde auténticos bodegueros y enólogos frikis (palabra “maldita” esa de enólogo, parecía, para algunos de los que se sentaban en las mesas y que, como Telmo Rodríguez, son precisamente eso, enólogos), a comunicadores natos que nos han hecho pasar buenos ratos. De alguno de los primeros, los geeks que hacen vino “gafapasta”, (una locución acuñada por Disfrutar el Vino, que sabe bien de gafapastismo), o vinos “perroflauta” como comentó alguno de los asistentes, escuché algunas frases que me parecieron algo extremas. Pero la que más, esa de “muerte a las barricas”. Tela, porque detrás de esta frase hay un elaborador joven que apuesta por que las barricas sean solo para guardar el vino y que se oxigene un tiempo, pero nunca para aportar sabor o aroma. Me parece muy bien que opine así, tiene que haber de todo y lo mejor es que lo haya, pero no me gustó mucho el tono de sentencia, de verdad absoluta, del que estaba tintada esta afirmación. Supongo que de algún sitio viene eso del bouquet, no solo el de la botella…, pero dejémoslo ahí.

De nuevo me acordé de lo de la cura de humildad y me pregunté si solo les ha pasado a algunos en este mundillo.

Otro detallito de las catas fue el de colocar a una bodega secular como Marqués de Riscal y sus vinos de Rioja junto a una colección de vinos del mundo que elabora una de las personalidades más odiadas, y admiradas, del mundo del vino: Michel Rolland. Me pregunté, y le pregunté al enólogo (ops!) de Riscal que qué pintaba una cata así, propuesta como un “versus”, un enfrentamiento dialéctico de vinos que, aparte de que la misma inicial (R) tenían más bien poco que oponerse. Siendo mala malísima, sí saqué una conclusión un poco chunga y que me recordó a la película Mondovino: catando algunos de los vinos del francés (no todos) me encontré ante líquidos muy bien hechos, pero desalmados. Vamos, como un tío guapísimo pero cuya conversación aburre hasta el extremo. Mientras, los “riscales”, en mi opinión (siempre) ganaban por goleada en eso del alma, y mira que es difícil (sentencio yo ahora) hacer cuatro millones de botellas de vino y todos buenos (algunos, siendo exactos, excelentes).

Como ya mostré en el aperitivo del viernes, me confieso profundamente cautivada por los jereces, sobre todo los finos, aunque me queda un tramo laaargo para aprender de ellos. Y confieso que disfruto cuando los cato, pero si es con uno de mis tipos favoritos como Flores, además aprendo. Y lo mismo vi que pasaba a mi alrededor, a los afortunados que se sentaron para probar finos extraídos de diferentes soleras de Tío Pepe, cada una diferente… excitante para una aspirante a vinófila como yo. Si uno quiere saber de pasión por el vino, tiene que probar jereces (y vuelvo a sentenciar). Ah, y lo mismo pasó con los oportos, complicadísimos, pero seductores, retadores… y ese vino de ¡¡¡100 años!!! Que seguía ahí tras haber vivido dos guerras mundiales y un montón de aventuras más. Como para no enamorarse.

Un vino de Oporto con 100 años... casi nada

Un vino de Oporto con 100 años... casi nada

Hubo muchas más catas y detalles, pero no quiero aburrir…

Ya me callo…

No sin antes hacer otro pequeño hincapié en el resto de apartados de Enofusión, como el enobar, donde había vinitos interesantes que catar aunque hubo quien se quejó por las dichosas temperaturas (si en un sitio como este no son correctas, apaguen y vayámonos). Y las mesitas redondas, donde tuve el gusto de participar con compañeros blogueros y consultores on line (Álvaro Cerrada, Luz Divina Merchán & José Ramón Martín y Joaquín Parra) en una de ellas, pero donde hubo otra muy interesante sobre acercar el vino a los jóvenes, aunque mi visión sobre eso también la conté un poco el otro día. Sí que me sorprendió que para hablar de estilo de vida (amplio concepto) en otra mesita, la edad media de las ponentes fuera de todo menos joven.

Por eso dejé sonar, ese día, un poquito más el despertador.

Sobre blogs, nuevas tecnologías y vino… me voy a Enofusión

Mañana me toca madrugar más de lo normal en estos últimos años para participar en una mesa redonda Enofusión, la llamada “isla del vino dentro de Madrid Fusión”, que lleva el título de “Blogs, nuevas tecnologías y vino”. No he podido evitar acordarme de esa manida frase que usan muchas bodegas en sus folletos y presentaciones: “la bodega tal aúna tradición y vanguardia…”

No sé muy bien a qué se refiere eso de nuevas tecnologías, porque yo a lo más que llego es a tener un Smartphone, eso sí, muy apañao. El caso es que voy a ir para allá a contar mi experiencia con este blog y cómo veo el panorama bloguero y de “nuevas tecnologías” (me está entrando casi miedo escribirlo). También, imagino, saldrá el asunto de las redes sociales y lo que cada uno de los compañeros de mesa entiende como buenas prácticas para sus propósitos (unos son asesores, otros marketinianos, todos aficionados y apasionados por el vino).
Se tratará, como reza el lema de Enofusión este año, de “acercar el vino a los jóvenes”, un segmento hasta ahora poco o nada interesado en el vino y sin visos de cambiar, mientras por el otro extremo los consumidores, literalmente, se mueren (ley de vida, ¿eh? que no se mueren por beber vino, que conste).
El año pasado hubo una ponencia donde también se hablo de atraer a nuevos consumidores, jóvenes y mujeres sobre todo. Víctor de la Serna, toda una autoridad en materia periodística y vinícola, habló de que había una generación perdida en el vino, un grupo de gente, más o menos padres de jóvenes veinteañeros, que no se interesaban por el vino debido a que vieron en sus padres costumbres que ellos, en sus hogares, aborrecieron y desterraron. Me refiero, se refería De la Serna, a que esos abueletes bebían vino a granel, cualquier cosa, y de cualquier modo. Sus hijos no querían eso para ellos y tampoco se preocuparon de enseñar algo distinto a sus churumbeles en casa. Por eso el interés del vino fue decreciendo hasta el panorama desolador que tenemos ahora.

Optimismo, claro, qué si no

Pero yo no pierdo la esperanza y, entre otras ideas que rondan mi cabezota, surgió la de escribir, y mantener (ay, con lo que me cuesta a mí escribir a pesar de que he vivido y trato de seguir viviendo de ellooooo) este blog. Porque creo que la clave está no en las tecnologías, nuevas, viejas, tradicionales o vanguardistas, sino en el mensaje. ¿Qué contamos? ¿Llega o no? ¿Somos bichos raros por ser jóvenes y que nos encante el vino? Y me pongo a pensar en otros países sin nuestra tradición donde se bebe vino en discotecas, o champagne o cava, y donde no se demoniza el vino y este aparece en mesas de ricos, pobres, en series para jóvenes y no tanto, en películas… yo quiero eso para nosotros, y las chorradas o no tanto que escribo aquí también tienen esa vocación. También lo que hago fuera del blog.
Os invito, lectores queridos (idolatrados, diría, pero no quiero que se os suba a la cabeza) que también vosotros contribuyáis y comentéis aquí vuestras ideas, pensamientos y demás sobre este asunto, los que bebéis, porque bebéis, y los que no tanto, también, contad por qué. Es gratis, y seguro que si participáis al menos ganáis intercambiar ideas, ¿no? animaos…
Por mi parte mañana seguiré empeñada en hacer del vino algo cotidiano, normal, y que encima, mola mucho. Ahora, de momento, a lo que voy es a tomarme una copita con mis compañeros de mesa.

*Me cambio de casa, lo celebro con…

Llega el buen tiempo, la primavera, las horas de sol, la alegría, la intensidad en todo… también en los sentimientos.

Es cuando si estamos locos nos volvemos más y si estamos enamorados sentimos más fuerte. Es momento de dar pasos adelante, de cambiar de trabajo o de vida, de cambiar de casa y en lugar de dos, pagar un solo alquiler, compartir cama y dar un beso de buenas noches… Para todo esto, también hay buenos vinos con los que acompañarse y multiplicar el disfrute.

La mudanza, cuando uno se va a vivir con la persona que ama, es el principio de construir una vida y merece la mejor de las celebraciones. Pero «a pie de obra» es divertido involucrar a amigos que pringuen con algunas tareas (subir el sofá por las escaleras, echar una manita con la pintura de las habitaciones, pintar las cajas con rotulador para no confundirlas…) y después dedicarse el momento «afterwork» a tomar un vinito con el que celebrar el «gran cambio». Con todo por medio, con una pizza y con un montón de cosas por hacer, hay que brindar por la nueva vida. ¿Con qué? pues teniendo en cuenta que después, o al día siguiente, hay que seguir con la mudanza, con moderación, sin duda. Pero se me ocurre un tinto sedoso y elegante, aunque no demasiado potente, quizá un roble de Ribera del Duero, o aventurarse a probar un tinto andaluz de Ronda, por ejemplo, o de Cádiz, elaborado con una magnífica Syrah. Son dos vinos distintos, eso sí, pero se trata de pasar un rato agradable con la cinta al pelo y la brocha casi en la mano…

Después, cuando ya hemos montado la nueva casita, llega la ocasión, o mejor dicho, LA OCASIÓN, en la que invitamos a los colegas, ya limpitos, a cenar para agradecerles que estuvieran ahí deslomándose por nosotros. Es entonces cuando deberían aparecer las burbujas. Eso sí, al principio y no al final de la recepción, que ya que hemos currado nos merecemos empezar la velada en alto. ¿Qué tomamos entonces? pues como estamos en España y los hay muy ricos, cava, catalán de Sant Sadurní, y como la ocasión es especial, un Gran Reserva, con al menos 30 meses (¿acaso nuestro proyecto no es para toda la vida, al menos en intención?) de crianza en botella, complejo, delicioso, elegante y repleto de finura. Además, con un ejemplar de este tipo y una cena que no consista en carnes rojas muy elaboradas, se puede continuar toda la velada, si se quiere, y experimentar con las combinaciones de sabores.

 

El champagne (el de la foto es un tanto inaccesible, pero hay más Krugs deliciosos y otras opciones excelentes para inaugurar una nueva vida) es siempre una buena idea.

Otra opción. Es un gran día, podemos hacer una concesión al país vecino y deleitar a los amigos con un champagne, de burbuja fina y constante, sabores ligeramente tostados, alegre y que como se cuenta que dijo Madame Pompadour, capaz «de hacer más bellas a las mujeres». Me apunto a semejante tratamiento de belleza, pero además el champagne es una excelente elección para celebrar, incluso aunque no haya nada que celebrar aparte de haber abierto una botella…

Y después de la inauguración, la cena, los amigos y el brindis… a vivir, a empezar, a inventar ocasiones para brindar de nuevo.

*Este post se lo dedico a Elena, que se acaba de cambiar de casa 😉

¡Ánimo, España!

No soy experta,  ni mucho menos, en gastronomía, pero he recibido una información que creo que merece la pena dar a conocer.

El próximo martes, 11 de diciembre (una fecha llena de unos, si creemos en la numerología podríamos pensar que es una señal de esperanza) habrá en Madrid, en el Hotel Mirasierra Suites, una cena para apoyar al candidato español al prestigioso (el más prestigioso del mundo se autoproclama) concurso gastronómico Bocuse D’Or 2011, cuya final mundial se celebrará en Lyon. Se llama Juan Andrés R. Morilla y trabaja en el restaurante El Claustro, de Granada, pero por falta de patrocinio su participación en la final mundial está en peligro. Por eso sus compañeros de profesión, entre ellos cocineros de gran renombre como Paco Roncero, Koldo Royo, Mario Sandoval o Alberto Chicote, junto a una quincena de bodegas, han organizado esta cena en la que los chefs ofrecerán sus creaciones a los comensales y las bodegas algunos de sus vinos.

Juan Andrés se merece todo el apoyo que se le pueda dar desde España

Juan Andrés se merece todo el apoyo que se le pueda dar desde España

Se trata de un acto de unión entre gastrónomos y bodegas para apoyar a un cocinero patrio, y con él a toda la cocina española, en un certamen en el que España no ha obtenido ¡nunca! ni un primero, ni un segundo ni un tercer puesto, mientras que escandinavos y franceses han ganado oros, platas y bronces año tras año desde la primera edición, en 1987. Dado que España es cuna de algunos de los mejores cocineros del mundo (n0 solo por las Estrellas Michelin que tienen los restaurantes españoles, sino por sus logros gastronómicos, firmados por genios como Adrià, Arzak, Subijana, Berasategui, Ruscalleda, Aduriz, y una lista que de larga sería casi aburrida), resulta difícil explicar, y entender, cómo es que ninguno de nuestros representantes ha tenido una participación galardonada con un Bocuse. Cada uno puede interpretar esta circunstancia como quiera, al fin y al cabo es un concurso…

Pero como buenos españoles, no debemos perder la esperanza y confiar en que la cocina que representará el joven Morillas a finales de este mes dejará el pabellón bien alto. Y mientras, los mortales, a disfrutar con una cena firmada por estrellas Michelin y grandes de la cocina española y con algunos de nuestros mejores vinos, que de eso tenemos y de sobra. Y a animar al candidato, oye, que se enfrenta a un reto dificilísimo.

Las entradas para acudir a la cena (40€) se pueden comprar en Internet desde ya mismo.

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